La muchacha había desteñido los vellos de sus brazos. Ahora eran dorados y tiesos como espinas. Brillaban mucho y le conferían ligero aspecto de cactus.
También había desteñido los de su pecho. Una franja sembrada de trigo crecía entre sus senos. Vestía una blusa que dejaba ver todo el campo, las lomas pequeñitas, separadas por el grueso cereal; llevaba un pañuelo en la muñeca y hablaba de la psicología del color.