porque el tiempo es breve, pero me ama

viernes, 19 de julio de 2013

Nos hemos visto tres veces en nuestras vidas.

Estamos en su habitación y la luz del sol entra por la ventana con una dureza encantadora, como si dios fuese Piet Mondrian, y no un viejecito de barbas grises pintado por Miguel Ángel. Estoy encima de él, pero ambos conservamos la ropa. Algunos vellos de su barba tornasolan y pican. Me aprieta con fuerza, presumo que con la finalidad de que pueda percibir su erección, pero no me importa. Me río sin si quiera un poquito de interés y le acaricio las cejas. Me dice que sería feliz si mis clavículas estuvieran más pronunciadas, luego celebra mi cuello largo. Me hace sentir como un perro al cual están a punto de validarle el pedigrí. Un documento que certifique mi raza, le digo al oído, pero no entiende.

Toda la situación me da risa y por ello río y él sigue sin comprender qué me sucede pero también se ríe porque me la quiere meter y ya no estamos sobre la cama sino parados, con ropa aún y me presiona contra una de las blancas columnas de su habitación.

Suena mi teléfono, es S. Le digo: estoy siendo convertida en mermelada por un chico. Él se sorprende pero no protesta. Luego suena su teléfono y tras treinta segundos de conversación cuelga y me dice: Es la chica de la lavandería. Pienso en que nunca en mi vida he recibido la llamada de la chica de la lavandería. Me enternece su intención de excusarse ante mí, de brindarme explicación alguna.
Después de andar frotándonos un rato lo separo de mi cuerpo y voy al baño a secarme.

-Tengo que volver al trabajo.

No quiere dejarme ir. En ninguna de las tres ocasiones ha querido dejarme ir. Pienso mentalmente: Claro, seguro que si quisiera quedarme para toda la vida, no habría problema en que regrese ahora al trabajo. Le beso la nariz y él busca mi boca. Un ratito más. Caminamos como dos viejos camaradas por una calle de Miraflores y nos despedimos con un beso en el cachete al cambio de luz en el semáforo.