porque el tiempo es breve, pero me ama

martes, 25 de agosto de 2015

tengo estas ideas para dibujar. una maleta abierta en la que el único equipaje es la cabeza -también abierta- de una mujer, desde su interior escapan pequeños aviones o quizá, algún mamífero alado, o quizá un recuerdo que solo tendrá forma cuando lo dibuje. también, la figura de un hombre dando la espalda. plano medio. cabello lacio, cubierto por un sombrero. en su saco habrá una ventana, justo sobre el omóplato izquierdo. desde la ventana, el rostro de una chica mirando hacia la calle. de esta forma, el personaje femenino mirará todo aquello que se aleja mientras el hombre -su casa- avanza. solo que esto último no se verá explícitamente en el dibujo, porque verás, mis dibujos tienen una vida secreta que solo ocurre en mi cabeza y que muy de cuando en cuando me animo a compartir.

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hoy por la tarde pasé por un mercado artesanal y compré una pipa hecha de piedra de huamanga. una pipa blanca y mate, cuya cazoleta tiene forma de cabeza de puma. cuando llegue a casa quizá la llene de flores o quizá desarme algún poema para fumarlo. me gustan los mercados, las pipas y los pumas. me gusta estar lejos y también me gusta volver. pienso mucho en el camino. estoy armando una serie fotográfica de puras carreteras. por el momento me resultan lindas, a veces desoladoras, a veces apremiantes, a veces extraídas de lo que pensamos es el mundo de los sueños. si escribo neblina o bruma es ahora con pleno conocimiento de sus efectos. si uso el verbo serpentear, puedo padecer del vértigo de lo evocado. el viaje siempre enseña. el viaje te enfrenta a lo que eres, porque te saca de tu lugar cómodo y estar solo siempre es más difícil lejos de lo confortable. pero es en lo difícil que logramos esquivar ciertas formas, ciertas convenciones autoimpuestas, zafamos de ese molde en forma de hombre de jengibre con el que nos quieren conformar. quizá esa sea la explicación que anduve buscando tanto tiempo. o quizá solo esté justificando mi forma de ser. o quizá la cabeza del puma, que me mira desde la mesa de noche de este cuarto de hotel, me esté dictando todas estas palabras. 

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nos desviamos camino a chivay para visitar unas cuevas que prometen pintura rupestre. avanzamos cuatro kilómetros por una trocha durísima y llegamos a un pueblo fantasma. están las casas e incluso hay señales para llegar a las cuevas. e incluso hay una campana en la que alguien ha escrito la frase 'tocar campana', como cuando alicia encuentra aquella botella con la etiqueta que lleva escrita la palabra 'bébeme'. y tocamos la campana. dos, seis, nueve veces, pero, para no romper la lógica del pueblo fantasma, nadie aparece. tenemos que hacer la ruta solos. nos adentramos en un bosque de piedras. vemos una vizcacha. el sol nos marca las arrugas en el rostro. la boca, llena del viento arenoso que se precipita. que nos baña de alivio. nos falta el aire. nos gana el entusiasmo. y cuando por fin llegamos, luego de una larga, larga caminata, ahí está lo que los otros dejaron como huella de su existencia. el paso por el mundo tiene forma de animal. es un bajo relieve sobre la piedra. es el acto de cincelar con fe en la inmortalidad, es apelar a lo perdurable. estoy aquí y ya no puedo irme porque ya no quiero irme. estoy aquí, a punto de decir algo. al borde de un intento. estoy aquí y me tiendo sobre la cama de la naturaleza y cuento nubes hasta quedarme despierta y agradezco este instante inagotable.