porque el tiempo es breve, pero me ama

lunes, 20 de abril de 2015

en el concho de un vino tinto abandonado en una copa se refleja una nube. la nube es una pequeña mancha clara que flota sobre el licor y que choca con los bordes de la copa. los labios rojos impresos en uno de los bordes, besa de cuando en cuando a la nube. en el otro extremo de la habitación, la muchacha que abandonó el vino siente un sabor extraño. se acerca a un espejo y revisa sus labios. cuarenta y siete nervaduras si se suma el labio inferior al superior. la mujer recuerda la existencia de los helechos, su aversión por las hormigas caminando en fila india, la textura del dulce favorito de su infancia, todo esto en menos de un segundo y medio, mientras se toca la boca frente al espejo como si con ese gesto fuera a descubrir de dónde viene aquel sabor nuevo.

la incertidumbre empieza su labor corrosiva. pasan minutos de cinco en cinco y luego de diez en diez y ella no puede dejar de pasar su lengua cada vez más fuerte sobre sus labios. ha perdido toda la pintura o más bien, la porta ahora en las papilas gustativas. intenta nombrar mentalmente el sabor que a estas alturas ha sido tergiversado. una sumatoria de amarillo cadmio medio, resistente a la luz, cuyo cuerpo se adapta a climas tropicales pero también, a la forma de algunos recipientes, por ejemplo copas para vino. la mujer se siente desconsolada frente a tal incoherencia, pero lo supera velozmente y se sonríe aún frente al espejo y es entonces que de entre sus dientes brota una pequeña nube -similar a una mancha- y se va así, flotando lenta hasta perderse en el lavabo.