Martín Adán fue uno de los poetas peruanos más originales y complejos. Escribió obras maestras como Travesía de extramares, La mano desasida y otros libros, algunos de cuyos versos recitábamos de memoria en los patios de la universidad. Recuerdo haber leído con devoción sus poemas a Darío que aparecieron en la revista Amaru y haber encontrado sus poemarios en bibliotecas particulares y en la librería de Juan Mejía Baca en el Jirón Azángaro. La complejidad, la extrañeza, la potencia de esos versos eran tema de conversación de los estudiantes de literatura de los años setenta, y muchos inventaban leyendas como la que circulaba sobre los fragmentos perdidos de su poema "Aloysius Acker"(una mañana, en una cafetería del centro de Lima, alguien aseguraba haberlos visto en un baúl de alguna casa antigua). Martín Adán reforzaba su leyenda secreta pues nadie lo había visto (nunca hizo vida pública). Se contaba también de un investigador norteamericano que había venido a entrevistarlo. Al recibir la negativa por escrito, se había apostado en la puerta del hospital en la Avenida Brasil, donde el poeta vivía. Harto de esperar sin verlo, el investigador había preguntado al editor y amigo de Adán, Juan Mejía Baca: "Dígame, la verdad: ¿Martín Adán existe?".
Martín Adán existía pero no fue sino hasta que fui a verlo con mi madre, en su cuarto en el Hospicio en el Rímac, que me convencí de ello.Ese día nos recibió sentado en u cama y en la hora y pico que duró la conversación, hizo gala de las virtudes de un caballero limeño: simpatía, locuacidad y buen humor.
Poco después, uno de sus antiguos amigos, Emilio Adolfo Westphalen, me pidió que lo acompañara a visitarlo. Una tarde de sábado, en el verano del 85, Westphalen y yo estábamos pasando las rejas del Hospicio para tocar su puerta, sin previo aviso (los teléfonos aún escaseaban por entonces y el Hospicio no era una excepción). Una enfermera nos señaló su cuarto. Era un día soleado. Tocamos la puerta y, cuando nadie contestó, la abrimos. Adentro todo estaba oscuro. De pronto, de entre las sombras, Adán se despertó de su siesta, encaró la puerta iluminada y vio por primera vez después de muchos años a Westphalen. Al reconocerlo entre las sombras empezó a gritar: ¡Emilio, Emilio!. Se abrazaron con un abrazo corto, de manos apretadas en los codos.
Adán estaba sentado en la cama hablando con nosotros.Vallejo, Rubén Darío y la obra de otros escritores fueron tema de la conversación que yo escuchaba casi mudo. A continuación se habló de otros temas. Era 1985 y la campaña electoral estaba en pleno auge. Se habló de la escena política general. De pronto Adán preguntó a Westphalen:
-Dígame, Emilio, ¿este joven Alan García, existe?
Westphalen y yo nos quedamos en silencio, tratando de medir el humor en la pregunta.
-Si, existe - le dijo Westphalen después de un largo silencio.
-Pues yo pensaba que era un invento de Luis Alberto - ,le contestó rápidamente Adán.-Porque Luis Alberto (Sánchez) inventó el APRA, inventó la literatura peruana, así que yo pensé que a lo mejor también ha inventado a Alan García.
La reunión siguió entre anécdotas y recuerdos sobre el Colegio Alemán al que ambos había ido. Se habló del gran profesor de gramática, Emilio Huidobro. Al final, se despidieron con un apretón de manos contenido, una sonrisa incierta, quizá con una nostalgia anticipada. No se verían nunca más.
De: "Sueños reales" - Alonso Cueto
Ed. Seix Barral, 2008
Ed. Seix Barral, 2008
3 comentarios:
...paja.
Pucha, que hermoso...
...realmente martin Adan es un maestro...
jorge
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