porque el tiempo es breve, pero me ama

jueves, 4 de enero de 2018

Esta es una foto mía a los 20 años. Tú estás en mí como un conjunto de células alocadas buscando una forma en la cual caber. Yo soy tu recipiente. Mi forma es la de una adolescente tardía o una adulta precoz. Tú eres una brújula. Eres un yunque que cae desde el último piso de un rascacielos haciendo un sonido agudo y perceptible solo para los perros. A mi lado derecho aparece mi madre, con el rostro de aún no saber que será tu abuela. Atrás, como queriendo aparecer y no, está la pequeña Úrsula, que ahora tiene 14 años.

 - Creo que nunca he sido la primera enamorada de nadie- le digo.

Han pasado 12 años desde que esa foto fue tomada. Tú eres un niño que cabe perfectamente en el papel de un niño. Eres el yunque más ligero del mundo. Te gusta sacar la lengua en las fotos. Ella ya es la primera enamorada de alguien. Habla y sonríe poco. Me recuerda a mí después de mi primer enamorado. Comemos y bebemos mientras esperamos que el show comience.

El lugar parece un desfile de antorchas sin niños. Maquetas luminosas en formas de animales. Un dragón larguísimo hecho de vajilla china. Dinosaurios de fibra de vidrio con gestos de andar perdidos en el tiempo/espacio. Sobre el escenario un presentador anuncia los números que veremos esta noche: la ceremonia del té, el mágico cambio de caras, artes marciales y pruebas de fuerza. Me siento como en una actuación de colegio. Trato de sentirme feliz y lo consigo. He aprendido a modular mis sensaciones. He colocado palancas para aplausos y carcajadas en lugares estratégicos de las sinapsis. De eso debe tratarse la adultez. De falsear emociones hasta el punto en que dejen de ser falsas.

En esta tengo 7 meses de embarazo y 21 años recién cumplidos.

Ensayo mentalmente canciones para cantarte cuando ya seas humano. Está una de Atahualpa Yupanqui que se llama ‘Duerme Negrito’. Es una canción muy bella, ideal para la hora de irse a dormir, con amenazas tiernísimas (el amor que no infunde miedo, no es amor) y sonidos onomatopéyicos. La entono en voz alta y me toco la barriga como un tambor con ombligo en alto relieve. Luego canto ‘Piove’ de Jovanotti en falso italiano y todo se va a la mierda. Pienso que quizá sea una pésima mamá, y que en lugar de emocionarme al recibir la rosa de plástico y tela en el día de la madre, solo la dejaré morir en el polvo de los regalos fabricados en serie.

 - Mamá, ¿puedo pedirte una cosita?

Me hablas como te hablo. Me hablas como si fueras mi mamá. Accedo a tus pedidos porque son simples y justos y porque casi siempre son acciones u objetos que también deseo. Entonces compartimos la pertenencia y la alegría de habernos salido con la nuestra. Somos dos niños. Somos dos señoras treintonas que beben café.

Una noche te escuché cantar y te molestaste conmigo. Lo estabas haciendo en secreto y yo lo descubrí y quise saber más sobre tu canto. Pero te llenaste de rabia y no quisiste seguir y yo sentí un pequeño fracaso. Lo siento. Cuando era niña mis actos secretos tenían que ver las películas de terror y las películas para adultos, seguido además de la masturbación. El canto siempre era público. Así lo aprendí en el colegio.

Esta es de esta tarde. Tengo 32 años, tú tienes 11 y usas lentes.

En ella aparecemos Úrsula, tú, la maqueta luminosa de un panda y yo. Somos nostalgia futura. Nada reemplazará este momento, aunque ahora nos resulte vano, aunque no queramos sonreír al sonido artificial del disparador de este Smartphone. Salimos del lugar arrastrando piedritas y arena en los zapatos. Ahora solo nos queda volver. Luego el ejercicio del recuerdo nos destruirá y solo sobrevivirá esta imagen encerrada en la pantalla táctil. Y todo lo no escrito quizá sea tu nueva secreta canción. O la mía.