porque el tiempo es breve, pero me ama

domingo, 31 de enero de 2016

observo desde la ventana del bus que me conduce al trabajo a un grupo de jardineros municipales. van encapuchados, con trajes de un verde vibrante, portando aparatos para la poda como fusiles. los veo sin poder darle algún nombre preciso a dichas herramientas y me resigno a mi plena ignorancia, o no me resigno y solo acomodo las agujetas de mis botas y peino con los dedos mi cerquillo para volver a meterme en la lectura. pronto sucede que no puedo continuarla. algo se empieza a agitar bajo el uniforme de lo nombrable. algo que se comporta como un pajarito que ha terminado quién sabe cómo atrapado al interior de una botella y que en su intento por zafarse, golpea su pequeñísimo cuerpo contra las paredes de vidrio, sin entender en qué momento el aire se endureció. soy tanto lo que se esfuerza por salir como lo que impide que aquello salga. pienso entonces en aquellas máquinas que nunca sabré usar y también en las máquinas que sé usar sin saber cómo funcionan. peor aún es lo que sucede con aquella de la que me valgo para tomar este apunte, para pronunciar mi pensamiento -ese aparato cuya mecánica pueda que entienda de algún modo- sin lograr que funcione según lo que antecede en mi cabeza, lo previo al pensamiento, a lo concreto y silencioso, al pudor, a las restricciones de mi propio entendimiento.