porque el tiempo es breve, pero me ama

viernes, 25 de diciembre de 2015

ilustrar un pensamiento no es lo mismo que ilustrar la acción de pensar. 
esta afirmación podría resultar muy básica, si se parte del hecho de que en ningún caso el producto supone apropiarse de la identidad de la acción que lo genera. 
todo recuerdo es una forma de pensamiento.
ilustrar la acción de recordar no es igual a ilustrar la acción de pensar.

todo esto viene a propósito del tiempo libre, el cual empleo en terminar un libro que tengo que entregar antes de que el año se acabe. bosquejo, trazo, dibujo, entinto, borro la huella del lápiz, procedo a valorar. 
valorar en el dibujo significa realizar un tramado, una serie de trazos que indiquen factores como iluminación, volumen, calidades de piel, tela, yeso, vidrio, etcétera. uso estilógrafos cargados con tinta china, sus puntas son de distintos grosores, pero, nada determina tanto el resultado de la textura como la presión que se ejerce al momento de aplicar la tinta. la longitud del trazo y su dirección son también factores importantes.

en los dibujos finales del libro hay mucho de esto. hablo de la acción de recordar y también del recuerdo en sí. los personajes cierran los ojos. de entre sus cabellos emergen especies de bolsas, similares a globos a los que se les ha recortado la base y el nudo. dentro de estas bolsas, represento momentos: un muchacho que toca su pecho con la mano derecha y que con un gesto de dolor se apoya en el hombro de un amigo. sobre su cabeza flota un corazón partido en dos.

los personajes recuerdan.
en mis dibujos los recuerdos son estáticos y eso me molesta. 
me molesta la representación del recuerdo porque soy consciente de que el recuerdo es algo en constante e imperceptible cambio.
hoy traté de recordar tres o cuatro cosas en específico. no lo logré. utilicé demasiado la acción de pensar. he bloqueado algunas precisiones de mis recuerdos por salud mental.
a esa conclusión llegué esta mañana al tratar de recordar cómo era el tener sexo contigo. el hacer el amor contigo. pude enumerar ciertos protocolos, ciertas pequeñas ceremonias, ciertos gestos de placer, pero era eso: un inventario. frío. insuficiente. insípido. 

hasta que toqué el recuerdo de tu forma de llegar al orgasmo. la frase que repetías una y otra y otra y otra vez antes de vaciarte. era como una advertencia, o una amenaza, o una disculpa anticipada. o mejor aún, era como una promesa, el anuncio de una llegada profundamente esperada. y luego, apretabas los labios, como conteniendo el grito y gruñías, así, con la boca presa, con un gesto bello de dolor liberado deshaciéndose en tu frente. y yo me quedaba observando cómo todo aquello duraba horas y horas en mi cerebro, cuando en realidad no había pasado más de quince segundos hasta que caías rendido y agradecido sobre mi cuerpo -que era tu cuerpo- besado por tu aliento y por tu sonrisa.
eso es todo lo que pude soportar.

evité avanzar hacia la mañana siguiente. hacia el desayuno. hacia tu ropa que fungía de mi pijama. hacia tu pecho estrecho y lampiño. hacia mi piscina de contemplación hecha de baba. entonces, metí la cabeza en la heladera y proseguí con mi día.
y avancé con cuidado entre los enormes pastizales del campo de mi mente y abrí trocha y puse señales de alerta en el camino por si se me ocurre volver a intentar caer en el recuerdo, en el deseo o en la tristeza.

me armé de valor, de un trazo fino y duro. casi cortando el papel inicié el final de este libro. un libro que empezó con el afán de matar un amor antiguo. un libro donde hay un muerto que tiene tu rostro. un libro que me ha hecho sentir que la muerte y yo podríamos ser buenas compañeras. un libro que me ha hecho aprender nuevas palabras. un libro que me ha servido para volver a escribir y también para enterrar las otras versiones que existen de mi persona. un libro que me hace representar el recordar y el recuerdo y que me hace pensar en cómo debería intentar bosquejar el olvidar y el olvido.