El muerto desciende del cadalso. Lleva su cabeza ensangrentada bajo el brazo.
Los manzanos están en flor. El muerto se dirige a la taberna del pueblo a la vista de todo el mundo. Allí toma asiento en un rincón y pide dos cervezas, una para él y otra para su cabeza. Mi madre se limpia las manos en el delantal y le sirve.
Qué tranquilo es el mundo. Uno puede oír el viejo río, que en su confusión a veces se olvida y fluye hacia atrás.
(Charles Simic)