porque el tiempo es breve, pero me ama

martes, 22 de abril de 2014

'Armé como una especie de lengua­je, un idioma personal donde consigo decir cosas que me interesan'



UNA VERDAD
 

EN FORMA DE PINGÜINO

Hace dos semanas Liniers retornó a Lima para compartir una noche de acrílicos y dibujos transformados en aviones de papel junto al talentoso cantautor argentino Kevin Johansen. Antes de arribar hacia el concierto, conversamos un rato sobre su timidez perdida, los hijos, los libros y la felicidad. 

[ ENTREVISTA: KARINA VALCÁRCEL ]
¿Qué es lo que más ha cambiado desde que comenzaste a hacer giras junto a Kevin?
Bueno, yo cambié. Es lo que más cam­bió [risas]. Cuando empezamos a hacer los recitales con Kevin yo era bastante más tímido, e inclusive no me subía al escenario, sino que dibujaba escondi­do con el sonidista y el iluminador, y al final Kevin decía: “Y bueno, estuvo dibujando con nosotros Liniers”, y con el tiempo me fui cansando de la com­putadora y le pedí a Kevin si es que podía hacer los dibujos con acrílicos, mancharme un poco más la mano, y él respondió: “Bueno, si lo querés hacer así, tenés que hacerlo en el escenario”. Al principio, medio aterrorizado, me subí al escenario a ver qué onda.Des­cubrí que me divertía, para sorpresa mía, porque yo pensaba que la iba a pasar muy mal, pero le fui tomando el gustito.
Y así como Kevin suele tener invita­dos con los cuales versiona temas, se ha dado que invites a algún amigo dibujante o pintor.
Sí, cada tanto hacemos eso. De hecho, ahora que lo pienso, hubiera sido lin­do invitarlo a Fito Espinosa. Lo hemos hecho en México, Buenos Aires, Rosa­rio, con algunos compañeros. Me voy cruzando con algunos que no conozco todavía y me llaman la atención. Aho­ra me regalaron un libro de El Cuy de Acevedo, por ejemplo.

¿Tienen pensado hacer algún otro pro­yecto en forma de libro?
De hecho, está por salir el segundo, que se va a llamar Bis. El nombre se le ocu­rrió a Kevin. Y estamos así, juntando el material, y también está por salir un DVD grabado en México. Siempre hay muchos proyectos. Hice hace poco una serie de televisión que te recomiendo, muy bien actuada por mí [risas]. La hi­cimos con un chico llamado Esteban Menis, que es el director. Son nueve capítulos de 10 a 15 minutos, somos 4 personajes. Una especie de The Office, si querés, medio buenosairoide. Apa­recen algunos invitados: Drexler, Ke­vin, todos los amigos que teníamos a la mano y que no nos iban a cobrar [risas].



¿Cómo surge lo de La Editorial Co­mún?
La escena de la historieta te da la sen­sación de que todo está por explotar, ¿no? Pero nunca llegamos a armarlo totalmente, y a mí me da rabia y lás­tima, porque vas a España y ves una cantidad de libros que acá no llegan o, si llegan, son muy caros; inclusive hay dibujantes argentinos que publican en España, Italia, Francia… Pero no en Buenos Aires, así que la idea de la editorial era poner un granito de arena para que cambie eso. Empezamos en el 2008 publicando los Macanudos, como motorcito fuera de borda para empu­jar la salida de los otros libros, que, si bien son más difíciles de vender, son mejores [risas].
¿Y eso cómo funciona? Acá se da mu­cho lo de la autogestión.
Sí, a mí me da mucha rabia porque no entendés por qué los libros de autoayu­da, que son una basura absoluta, están tan ubicuos por ahí, y que libros que guardan formas de narrar muy lindas y muy conmovedoras sean tan complica­dos de sacar. Afuera hay un boom muy grande, y el género de la historieta se sacó de encima un montón de prejui­cios no solo de los editores y los lec­tores, sino además de los artistas. Los dibujantes muchas veces pensamos: “Bueno lo nuestro es un género menor, qué vamos a hacer escribiendo sobre temas importantes”, y a partir de Maus, de Art Spiegelman, finalmente se des­trabó de eso. Pero América Latina aún sigue como que un poquito atrás.
foto: Sandra Enciso
Se cumplieron diez años de Macanu­do. ¿Qué ha sido lo más rico de esa experiencia?
Que me sigue gustando hacerlo [ri­sas]. Cuando empecé a dibujar, la verdad que 10 años era como un hito muy grande, Mafalda duró diez años, Los Beatles duraron diez años y mu­chas cosas que me gustan tenían esa especie de frontera. Yo no quería que me pasara eso, entonces pensé en an­ticiparme al futuro problema y quise que Macanudo fuera una historieta en la que valiera todo, todos los tipos de humor que quisiera. Por ejemplo, Ma­falda terminó porque no había hacia dónde más moverse, y de golpe vos ves que cuando Quino se dedicó a las pá­ginas apareció un humor mucho más surrealista que el que podía hacer con Mafalda. Quise que no pasara eso, y fue así que en Macanudo valió todo. Todo lo que se me pasa por la cabeza entra.
¿Cómo ha influido en tu proceso de trabajo el ser papá?
Ahora hago historietas con bebitos en­cima [risas]. El otro día hice una con una de mis hijas en mi regazo y me salió como dibujada con el codo, pero en la historieta se explica la situación. Lo bueno de mi trabajo es justamente que estoy en casa, entonces no me pier­do el ver crecer a estos seres humanos que vinieron a acompañarnos [risas]. Es muy lindo sentir eso. Tengo amigos que trabajan en horarios de oficina y los ves que sufren. Yo solo me los pier­do unos días cuando hago estos viajes, pero por suerte no son muchos. Igual es difícil convencerlas a ellas de que estoy trabajando: me ven dibujando y vienen y me dicen: “Papá, vamos a jugar”, y les digo que estoy trabajando y me miran como diciendo: “Nosotros podemos hacer lo mismo que vos, no me digas que esto es trabajo, hermano”.

¿Qué es lo que más te gusta de hacer lo que haces?
Lo que más me gusta, mirá que linda pregunta….Lo que más me gustó fue que armé como una especie de lengua­je, un idioma personal donde consigo decir cosas que me interesan, y que eso llegue a gente que no conozco. Es como romper un poco la barrera de la timidez. La historieta es una manera de comunicarte con la gente en don­de podés hacer eso de antemano. Me gusta encontrar como unas verdades chiquitas, las pequeñas verdades, una verdad en serio… Entonces la escon­dés en forma de pingüino o de gatito. A mí me gusta esa forma de arte. Yo miento todo el tiempo, pero dentro de todas esas mentiras hay pequeñas verdades escondidas. Me gusta mu­cho Mafalda por eso. La gente viene y te dice “Qué genia que es Mafalda, tiene ocho años y sabe un montón de Vietnam”, pero Mafalda es un señor que tenía cuarenta años en ese enton­ces, usaba anteojos, se estaba quedan­do pelado [risas]… Es como hacer un truco de magia, fabricar una suerte de vehículos donde ciertas cosas no se corrompen. Elegí lo que quieras: Ali­cia en el país de las maravillas, Shakes­peare, Lennon, Chaplin, Quino, Mark Twain, ¿viste? Esos son como mis hé­roes: alguien que consigue hacer algo que no solamente entretiene, sino que además te hace mejor persona. Si ves todas las películas de Chaplin eres como que 0.7 mejor persona, y así si lees Mafalda quizá te vuelves 0.4 mejor, y va sumando.