porque el tiempo es breve, pero me ama

jueves, 10 de octubre de 2013

los criminales imaginarios

si la conciencia te diera lo suficiente para entrar a un supermercado y llevarte algo sin pagar, ¿qué sería?

estamos sentados en las banquitas del óvalo gutierrez y nos confesamos los episodios más sanos de nuestra vida criminal. tú robaste un libro para una chica que te gustaba. yo me fui del café del moro sin pagar la cuenta y amanecí frente al mar por efecto del tequila. nos ponemos en pie y salimos por el túnel subterráneo para entrar al supermercado, te digo: empanadas y vino, y a los minutos ya estamos en la recepción, pidiendo que nos descorchen la botella. caminamos por una de esas calles cubiertas de árboles y hojas bebiendo desde el pico, irrigando las ranuras de nuestros labios con el bello tono del merlot y entonces te pones triste porque recuerdas que fabián bielinsky está muerto y solo nos dejó dos películas brutales. no hemos consumido ni la tercera parte del vino y ya portamos risueña somnolencia en las caras.

nos introducimos al bosque. está oscuro y silencioso.

por un momento somos los sobrevivientes únicos de un apocalipsis sin efectos especiales. ningún muchacho rubio y corpulento vendrá a salvarnos. pensamos entonces en técnicas de supervivencia, descartamos el canibalismo porque a ninguno de los dos le gusta andar solo. el fin del mundo es tácito, impronunciable, se advierte porque al amanecer no está el trino de la cuculí fungiendo de despertador. se te ocurre que quizá las aceitunas, pero luego lo descartas porque al parecer sabes mucho del tema de encurtido y conserva y no podemos ingerirlas en su estado natural.

alguna vez me quedé observando a una señora que recogía las aceitunas caídas. las iba recolectando en una bolsa plástica transparente. no le importaba mucho si la aceituna yacía reventada en un charco de oleosa y vegetal sangre. la cogía con cuidado y la arrojaba dentro, como si lo que cargara fuese una fosa común y no una bolsa, entonces la señora adquiría un aspecto mortecino.

salimos de nuestro supuesto a medida que avanzamos sobre el pasto mojado. nada mejor que la luz amarilla de los postes o los guardias en bicicleta para estropear nuestra oscura fantasía. decidimos que lo mejor será terminar el vino y las empanadas al pie de un árbol. hallamos uno que tiene un pequeño y extraño agujero. especulamos. estás a punto de decir que aquel pequeño hoyo sirve para dejar nuestros secretos, pero te interrumpo y sentencio: es su ano. estallamos en carcajadas y aunque ambos tenemos magnánimo respeto por wong kar wai, brindamos a la salud del ano del bosque.

yo nunca robaría un libro en supermercado. me parece que es tan estúpido como robar unas tostadas en una cafebrería. tengo prejuicios terribles frente a los libros que se venden en los supermercados. comprar un libro nunca será como comprar una lata de atún y un rollo de papel toalla. supongamos que nos conociéramos en alguna de las secciones de un supermercado. yo digo que tendría que ser la de embutidos o la de licores. tú dices que quizá podría ser la de mascotas, aunque ninguno de los dos tenga alguna. sabes que me gusta ir a mirar los juguetes para gatos. una vez compré un pollo de hule y lo senté sobre mi cama. mi madre me anduvo mirando raro durante días, así que opté por guardarlo en el ropero.

¿si te concedieran un solo deseo, cuál sería? nuestra conversación ha adquirido el tono de un test de proust. yo pediría el poder de la teletransportación. yo pediría el superpoder de regenerar mi hígado cada tres meses.aún quedan preguntas pendientes: ¿con qué personaje histórico se identifica? ¿cuáles son las palabras que más usa? ¿cuál es el rasgo que más deplora de usted mismo? ¿dónde y cuándo es feliz?

tratas de sonar inteligente. terminamos lo que resta del vino. nos miramos cada vez más de cerca.