porque el tiempo es breve, pero me ama

sábado, 12 de octubre de 2013

"He dicho que antes fui un ignorante. Esta es una afirmación primaria y abarcadora y el lector debe matizarla: tomar en cuenta, por ejemplo, que la formulo ahora que soy un filósofo, y eso la vuelve una apreciación relativa, hecha desde la nueva cima donde habito. Lo que es cierto es que de joven fui hipocondriaco. Es decir, fui un falso enfermo, o, para mayor precisión, un enfermo imaginario, como Argan, el personaje de Moliere, que acaba convertido en médico —porque un hombre que está enfermo en su fantasía tiene una conducta semejante a la de un hombre que está enfermo de verdad: lo mira todo, lo evalúa todo, es un observador vertiginoso y acechante y por eso aprende—. Consideren el panteón de los grandes hipocondriacos: Charles Darwin, que hervía hasta el agua donde remojaba sus pies tras una excursión entre las rocas del archipiélago y para quien el baño era un ritual religioso. Gabriel García Márquez, que sufría de golondrinos al llegar cada primavera, pero se curó para siempre cuando logró contagiar su falsa enfermedad al coronel Aureliano Buendía, que sufre de golondrinos en Cien años de soledad. Marcel Proust, que declaraba cada día el día de su muerte y para cada uno elegía una enfermedad distinta, más feroz o más servil o más romántica, según su estado de ánimo. Para secarse después del aseo matinal usaba veinticinco toallas. Con cada una quitaba la humedad de una parte de su cuerpo y ordenaba que las quemaran de inmediato: no quería repetirlas por temor a que la enfermedad que le minaba un miembro se extendiera a los demás: para él, su cuerpo era un haz de innumerables decadencias, donde germinaban todos los virus y todas las bacteria de París. Darwin, Proust y García Márquez fueron sabios ilusos cuya enfermedad consistía en sentir que estaban enfermos. Pero la hipocondría es real; los enfermos imaginarios son enfermos de verdad. Yo comencé así, pero cuando logré librarme de eso, sobrevinieron cosas peores, y esas son las que me han tenido en cama trece años, los últimos ocho sin poner un pie fuera de ella. Ese es el lugar desde donde escribo, incómodamente torcido sobre el fajo de papeles, encaramado en mí mismo, feliz a la espera de la muerte. No vayan a creer que años han sido tristes. Todo lo contrario. Han sido los mejores de mi vida. Esta historia es una historia gozosa. En el fondo, es una comedia. Es la comedia de mi muerte". (Enric Duverastec, "Memorias").

---

visto en el muro de GF.
M, créate un FB.
cambio y fuera